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Filosofia

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Platón EL BANQUETE Entonces —me dijo Aristodemo—, Fedro y los demás le invitaron a hablar conforme el creyera conveniente. «Pues bien, Fedro —agregó Sócrates—, déjame todavía hacer a Agatón unas cuantas preguntas, para que, una vez que haya recibido su asentimiento, empiece ya a hablar.» «Está bien. Te dejo —le contestó Fedro—, pregúntale.» Después de esto me contó Aristodemo que Sócrates empezó más o menos así: «Bien es verdad, querido Agatón, que me pareció que comenzaste acertadamente tu discurso, diciendo que primero era necesario mostrar cómo era el Amor en sí y después cómo eran sus obras. Este principio me admira grandemente. Pero, veamos, a propósito del Amor, ya que por lo demás explicaste bien y en un magnífico estilo cómo era, dime sólo esto: ¿Es por su naturaleza el Amor de tal clase que sea amor de algo o de nada? Y lo que pregunto no es si el Amor es amor de una madre o de un padre —pues sería ridícula la pregunta de si el Amor es amor de madre o de padre—, sino que hago la pregunta de la misma manera que si a propósito del concepto de 'padre' preguntara: ¿Es el padre padre de algo o no? En ese caso, me responderías sin duda alguna, si quisieras responderme bien, que el padre es padre de un hijo o de una hija, ¿no es verdad?»- «Sí» —respondió Agatón.- «¿Y no ocurre lo mismo con el concepto de 'madre'?»- Agatón convino también en esto. «Respóndeme aún —replicó Sócrates— a unas cuantas preguntas, para que te enteres mejor de lo que quiero decir. Si yo, pongo por caso, te preguntase: ¿Y qué? ¿El hermano, en cuanto que es tal, es hermano de alguien o no?» «Lo es» —afirmó Agatón. «¿Y no lo es de un hermano o de una hermana?» «Sí» —convino. «Intenta, pues —repuso Sócrates—, responder a propósito del Amor. ¿Es el Amor amor de algo o de nada?» «Sí, por cierto, lo es de algo.» «Esto —dijo Sócrates— guárdalo en tu memoria, acordándote de qué cosa es amor. Pero ahora dime tan sólo esto: ¿Desea el Amor aquello de lo que es amor, o no?» «Sí, y mucho» —respondió. «¿Es acaso al poseer lo que desea y ama cuando desea y ama, o es al no poseerlo?» «Al no poseerlo, al menos según es verosímil» —contestó. «Considera ahora —replicó Sócrates— si en vez de verosímil es necesario que así sea, es decir: lo que desea desea aquello de que está falto, y no lo desea si está provisto de ello. A mí al menos me da una extraordinaria sensación de que es necesario. ¿Y a ti?» «También a mí me la da» —respondió. «Dices bien. ¿Querría, por consiguiente, el que es grande ser grande y el que es fuerte ser fuerte?» «Es imposible, según lo convenido.» «En efecto, ya que no carecería de estas cualidades por poseerlas en sí mismo.» «Dices la verdad.» «Pero en el caso de que alguien, a pesar de ser fuerte, quisiera ser fuerte —agregó Sócrates—, o siendo veloz, ser veloz, o estando sano, estar sano... Pues tal vez puede alguien creer con respecto a estas cualidades y a todas las similares, que los que las reúnen en sí y las poseen, desean, no obstante, lo que tienen. Y digo esto para que no nos llamemos a engaño. Pues estos individuos, Agatón, si reflexionas bien, verás que por necesidad poseen en el momento presente una por una todas las cosas que poseen, quieran o no quieran; y ¿quién puede estar deseoso precisamente de eso, de lo que posee? Así, suponiendo que alguien nos dijera: «Yo estoy sano y quiero estar sano», o bien: «Yo soy rico y deseo lo mismo que tengo». Le diríamos: «Tú, buen hombre, que posees riquezas, salud o fuerza, ¿quieres también poseer estos bienes en el futuro, ya que, al menos en el momento presente, quieras o no, los tienes. Mira, pues, cuando digas eso de ‘deseo lo que actualmente tengo’, si lo que expresas con ello es otra cosa que esto: ‘Quiero tener también en el futuro lo que ahora tengo’. ¿Podría afirmar otra cosa?» Agatón mostró, según me dijo Aristodemo, su conformidad. A continuación, dijo Sócrates: «¿Y no equivale esto, es decir, el desear que en el futuro estas cualidades se conserven y perduren en nosotros, a amar aquello que aún no está a nuestra disposición, ni se tiene?» «Sin duda alguna» —respondió Agatón. «Luego este y cualquier otro que siente deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y aquello de que carece. ¿No son éstas o cosas semejantes el objeto del deseo y del amor?» «Sin duda alguna» —dijo Agatón. «Ea, pues —dijo Sócrates—, pongamos de acuerdo lo dicho. ¿No es el Amor en primer lugar amor de algo y en segundo lugar de aquello de que está falto?» «Sí» —respondió. «Después de esto, acuérdate ahora sobre qué cosas, según dijiste en tu discurso, versaba el Amor; o, si lo prefieres, ya te lo recordaré. Creo a que tú dijiste más o menos así: que entre los dioses se estableció un orden de cosas gracias al amor de lo bello, pues lo feo no podría ser el objeto del amor. ¿No te expresabas más o menos así?» «Así lo dije, en efecto» —respondió Agatón. «Y lo dices con toda razón, compañero —replicó Sócrates—. Pero si esto es así, ¿puede ser el Amor otra cosa que amor de la belleza y no de la fealdad?» Agatón dio su aprobación a esto. «Mas ¿no se ha convenido en que es lo que le falta y no tiene lo que desea y ama?» «Sí» —dijo. «En ese caso, el Amor carece de belleza y no la posee.» «Necesariamente» —respondió. «¿Y qué? ¿Lo que carece de belleza y en modo alguno la posee, dices tú que es bello?» «No, por supuesto.» «¿Persistes todavía en afirmar que el Amor es bello, si esto es así?» Agatón, entonces, le dijo: «Es muy probable, Sócrates, que no entendiera nada de lo que dije entonces.» «Y eso que hablaste bellamente, Agatón —replicó Sócrates—. Pero respóndeme todavía un poco. ¿Las cosas buenas no te parecen también bellas?» «Al menos, ésa es mi opinión.» «Entonces, si el Amor carece de cosas bellas y lo bueno es bello, también estará falto de cosas buenas.» «Sócrates —respondió—, a ti no sería yo capaz de contradecirte. Que quede el asunto tal como tú dices.» «No, por cierto, querido Agatón —le replicó Sócrates—; es a la verdad a la que no puedes contradecir, pues a Sócrates no es nada difícil.» «Pero a ti te dejaré ya y me ocuparé del discurso sobre el Amor, que un día escuché a una mujer de Mantinea, Diotima, que no sólo era sabia en estas cuestiones, sino en otras muchas; tanto es así, que, por haber hecho antaño, con anterioridad a la peste, un sacrificio los atenienses, aplazó por diez años la epidemia. Fue precisamente esa mujer mi primera maestra en las cosas del amor y el discurso que me pronunció voy a intentar repetirlo tomando como punto de partida lo que hemos convenido Agatón y yo, hablando conmigo mismo, en la forma que pueda. Y como, según indicaste tú, Agatón, se debe exponer primero qué es el Amor en sí y cuál es su naturaleza, y después sus obras. e me parece que lo más fácil para mí es hacer mi relato, ciñiéndome a las preguntas que entonces me iba haciendo la extranjera. Sobre poco más o menos también yo había aducido ante ella otras tantas razones como las que ahora ha aducido Agatón ante mí: que el Amor era un gran dios y que tenía por objeto las cosas bellas, pero ella me fue refutando con los mismos argumentos que yo a él: que no era ni bello, según pretendían mis palabras, ni bueno. "¿Cómo dices, Diotima? —le repiqué yo—. ¿Entonces es feo el Amor y malo?" "¿No hablarás con respeto? —me dijo—. ¿Es que crees que lo que no sea bello habrá de ser por necesidad feo?" "Exactamente. —¿Y lo que no sea sabido, ignorante? ¿No te has dado cuenta que existe algo intermedio entre la sabiduría y la ignorancia?" "¿Qué es eso? "El tener una recta opinión sin poder dar razón de ella. ¿No sabes —prosiguió— que esto no es ni conocimiento, pues una cosa de la que no se puede dar razón no puede ser conocimiento, ni tampoco ignorancia, pues no puede ser ignorancia lo que alcanza la realidad? Más bien, supongo yo, es la recta opinión algo así como un intermedio entre la sabiduría y la ignorancia." "Es verdad —respondí yo— lo que dices. "Así, pues, no pretendas hacer por necesidad lógica lo que no es bello, feo, ni lo que no es bueno, malo. Y de la misma manera también en lo que al Amor atañe, ya que reconoces que no es ni bueno ni bello, tampoco creas que debe ser feo o malo, sino algo intermedio entre estos dos extremos." "Pero el caso es —le dije yo— que todos están de acuerdo en que es un gran dios. "¿Te refieres a todos los ignorantes o a todos los sabios?" —me replicó. A todos, sin excepción. "¿Y cómo pueden estar de acuerdo, Sócrates —me dijo sonriendo—, en que es un gran dios aquellos que niegan incluso que sea dios?" "¿Quiénes son esos? —le pregunté. "Uno eres tú —me contestó—, y otro, yo." "Yo, entonces, le dije: ¿Cómo dices esto? "Muy sencillamente —me replicó—. Dime: ¿No afirmas que todos los dioses son bienaventurados y felices? ¿O es que te atreverías a afirmar que hay alguno entre los dioses que no sea bello y feliz?" "¡Por Zeus!, yo no —le dije. "¿Y no llamas bienaventurados precisamente a los que poseen las cosas buenas y las cosas bellas?" "Exacto. "Pues, al menos en lo que toca al Amor, has reconocido que su indigencia de cosas buenas y bellas le hace desear esas mismas cosas de que está falto." "Lo he reconocido, en efecto. "¿Cómo puede ser, según eso, dios el que no tiene parte de lo bello y de lo bueno?" "Es imposible, al parecer. "¿Ves ahora —me dijo— que tú tampoco consideras dios al Amor?" "¿Qué cosa puede ser entonces el Amor? —le objeté—. ¿Un mortal?" "No, ni mucho menos." "Entonces, ¿qué? "Como en los casos anteriores —repuso—, algo intermedio entre mortal e inmortal." "¿Qué, Diotima? "Un gran genio. *Sócrates, pues todo lo que es genio está entre lo divino y lo mortal.*" "¿Y qué poder tiene? —le replique yo. "*Interpreta y transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, las súplicas y los sacrificios de los unos y las órdenes y las recompensas a los sacrificios de los otros. Colocado entre unos y otros rellena el hueco, de manera que el Todo quede ligado consigo mismo. A través de él discurre el arte adivinatoria en su totalidad y el arte de los sacerdotes relativa a los sacrificios, a las iniciaciones, a los encantos, a la mántica toda y a la magia. La divinidad no se pone en contacto con el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño. Así, el hombre sabio con relación a tales conocimientos es un hombre genial, y el que lo es en otra cosa cualquiera, bien en las artes o en los oficios, un simple mortal.* * Traduzco por "genio" la palabra "dáimon", y el adjetivo "daimónios" por "genial", ya que la palabra "demonio" tiene en castellano un sentido demasiado específico y no corresponde bien a la percepción primitiva. Homero emplea esta palabra en el sentido general de divinidad. En Hesiodo son "daimones" los espíritus de los hombres que viven en la edad de oro. En otras partes aparecen como divinidades de tipo inferior (buenas o malas) y en algunos escritos se emplea "daimón" como equivalente de "theós", dios. (N. del T.) menesteral. Estos genios, por supuesto, son muchos y de muy variadas clases, y uno de ellos es el Amor.* "¿Y quién es su padre —le pregunté— y quién es su madre?" "Más largo es de explicar, pero, sin embargo, te lo diré: Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete, y entre ellos estaba también el hijo de Metis (la Prudencia), Poro (el Recurso). Una vez que terminaron de comer, se presentó a mendigar, como es natural al celebrarse un festín, Penia (la Pobreza), y quedóse a la puerta. Poro, entre tanto, como estaba embriagado de néctar —aún no existía el vino— penetró en el huerto de Zeus y, en el sopor de la embriaguez, se puso a dormir. Penia, entonces, tramando, movida por su escasez de recursos, hacerse un hijo de Poro, del Recurso, se acostó a su lado y concibió al Amor. Por esta razón el Amor es acólito y escudero de Afrodita, por haber sido engendrado en su natalicio, y a la vez enamorado por naturaleza de lo bello, por ser Afrodita también bella. Pero, como hijo que es de Poro y de Penia, el Amor quedó en la situación siguiente: en primer lugar es siempre pobre y está muy lejos de ser delicado y bello, como le supone el vulgo; por el contrario, es rudo y escuálido, anda descalzo y carece de hogar, duerme siempre en el suelo y sin lecho, acostándose al sereno en las puertas y en los caminos, pues por tener la condición de su madre, es siempre compañero inseparable de la pobreza. Mas, por otra parte, según la condición de su padre, acecha a lo bello y los buenos, es valeroso, intrépido y diligente; cazador temible, que siempre urde alguna trama; es apasionado por la sabiduría y fértil en recursos; filósofa a lo largo de toda su vida y es un charlatán terrible, un embelesador y un sofista. Por su naturaleza no es inmortal ni mortal, sino que en un mismo día a ratos florece y vive si tiene abundancia de recursos, a ratos muere y de nuevo vuelve a revivir gracias a la naturaleza de su padre. Pero lo que se preocupa, siempre se desliza de sus manos, de manera que no es pobre jamás el Amor, ni tampoco rico. Se encuentra en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia. Pues he aquí lo que sucede: ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse sabio, porque ya lo es, ni filosofa todo aquél que sea sabio. Pero a su vez los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni noble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente. Así, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar." "Entonces, ¿quiénes son los que filosofan, Diotima —le dije yo—, si no son los sabios ni los ignorantes?" "Claro es ya incluso para un niño —respondió— que son los intermedios entre los unos y los otros, entre los cuales está también el Amor. Pues es la sabiduría una de las cosas más bellas, y el amor es amor respecto de lo bello, de suerte que es necesario que el Amor sea filósofo 1, y, por ser filósofo, algo intermedio entre el sabio y el ignorante. Y la causa de estas tendencias ingénitas en él es su origen, pues es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre que no es sabia y carece de ellos. La naturaleza, pues, de ese genio, oh querido Sócrates!, es la que se ha dicho; y en cuanto a esa idea errónea que te forjaste sobre el Amor, no es extraño que se te ocurriera. Tú te imaginaste, al menos me lo parece según puedo colegir de tus palabras, que el Amor era el amado y no el amante. Por este motivo, creo yo, te parecia sumamente bello el Amor, porque lo amable es lo que en realidad es bello, delicado, perfecto y digno de ser tenido por feliz y envidiable. En cambio, el amante tiene una naturaleza diferente, que es tal como yo la describí." Entonces yo le dije: «Admitido, extranjera. Dices bien; pero siendo el amor así, ¿qué utilidad tiene para los hombres?» "Eso es precisamente lo que voy a intentar explicar a continuación —me respondió—. Es por una parte el Amor en sí y en su origen tal y como se ha dicho, y por otra es amor de las cosas bellas, como tú dices. Pero si algún nos preguntase: ¿Respecto de qué es el Amor amor de las cosas bellas, oh Sócrates, y tú, Diotima? O así, con mayor claridad: el amante de las cosas bellas las desea: ¿qué desea?" "Que lleguen a ser suyas —le respondí yo. "'Pero todavía requiere tu respuesta la siguiente pregunta: ¿Qué le sucederá a aquel que adquiera las cosas bellas?' No tengo todavía muy a la mano una respuesta para esta pregunta —le contesté yo. "'Pues bien —dijo ella—, suponte que, cambiando los términos y empleando en vez de bello bueno, se te preguntase: Veamos, Sócrates, el amante de las cosas buenas, las desea: ¿qué desea?'" "'Que lleguen a ser suyas —le contesté. ""¿Y qué le sucederá a aquel que adquiera las cosas buenas? "Esto té lo puedo responder con mayor facilidad —le dije—; será feliz. ""En efecto —replicó—; por la posesión de las cosas buenas los félices son felices, y ya no se necesita agregar esta pregunta: «¿Para qué quiere ser feliz el que quiere serlo?», sino que parece que la respuesta tiene aquí su fin." "Es verdad lo que dices —le repliqué. ""Pues bien: ese deseo y ese amor, ¿crees que es una cosa común a todos los hombres y que todos quieren que las cosas buenas les pertenezcan siempre? ¿Qué respondes?" * Aquí la palabra filósofo, como en algunos otros lugares de este diálogo, en su acepción etimológica de amante de la sabiduría. (N. del T.)" Eso mismo —le dije—, que es algo común a todos. ""¿Por que entonces, Sócrates —me dijo—, no afirmamos que todos los hombres aman, si es verdad eso de que todos aman las mismas cosas siempre, sino que decimos que unos aman y otros no?" "También a mi —le contesté— me extraña eso. ""Pues no te extrañe —dijo—. El motivo de ello es que hemos puesto aparte una especie de amor y la llamamos amor, dándole el nombre del todo, mientras que con las restantes empleamos nombres diferentes." "¿Me puedes poner un ejemplo? —le pregúnte. ""El siguiente. Sabes que el concepto de ‘creación’ es algo muy amplio, ya que ciertamente todo lo que es causa de que algo, sea lo que sea, pase del no ser al ser es ‘creación’, de suerte que todas las actividades que entran en la esfera de todas las artes son creaciones, y los artesanos de éstas, creadores o ‘poetas’." "Dices la verdad —dije. ""Pues bien: así ocurre también con el amor. En general, todo deseo de las cosas buenas y de ser felices es amor, ese Amor grandísimo y engañoso para todos. Pero unos se entregan a él de muy diferentes formas, en los negocios, en la afición a la gimnasia, o en la filosofía, y no se dice que amen, ni se les llama enamorados. En cambio, los que se encaminan hacia él y se afanan según una sola especie detentan el nombre del todo: el de amor, y sólo de ellos se dice que aman y que son amantes." "Es muy probable —le dije yo— que digas la verdad. ""Y corre por aí un dicho —continuó— que asegura que los enamorados son aquellos que andan buscando la mitad de sí mismos, pero lo que yo digo es que el amor no es de mitad ni de todo, si no se da, amigo mío, la coincidencia de que éste sea de algún modo bueno, ya que aun sus propios pies y sus propias manos están dispuestos a amputarse los hombres si estiman que los suyos son malos. No es, pues, según creo, lo propio de uno mismo a lo que siente apego cada cual, a no ser que se llame a lo bueno, por un lado, particular y propio de uno mismo, y a lo malo, por otro, extraño. Pues no es otra cosa que el bien lo que aman los hombres. ¿Tienes acaso otra opinión?" "Por Zeus! Yo no —le respondí. ""Entonces —dijo ella—, se puede decir así, sin más, que los hombres aman lo bueno?" "Si —respondí. ""¿Y qué? ¿No ha de añadirse —dijo— que aman también poseer lo bueno?" "Ha de añadirse. ""¿Y no sólo poseerlo, sino también poseerlo siempre?" También se ha de añadir eso. ""Luego, en resumidas cuentas, el objeto del amor es la posesión constante de lo bueno." "Es completamente cierto —respondí— lo que dices. ""Pues bien —dijo Diotima—, ya que el amor es siempre esto, ¿de qué modo deben perseguirlo los que le persiguen y en qué acción, para que su solicitud y su intenso deseo se pueda llamar amor? ¿Qué acción es, por ventura, ésa? ¿Puedes decirlo?" "No, por supuesto —le dije—. En otro caso, Diotima, no te hubiera admirado por tu sabiduría ni hubiera venido con tanta frecuencia a verte con el fin de aprender eso mismo." ""Pues bien —replicó—; yo te lo diré. Es esta acción la procreación en la belleza tanto según el cuerpo como según el alma." "Arte adivinatoria requiere eso que dices —le contesté yo—. No lo entiendo. ""Pues bien —replicó ella—; te lo diré con mayor claridad. Concierne a todos los hombres, oh Socrátes!, no sólo según su cuerpo, sino también según su alma, y una vez que se llega a cierta edad desea procrear nuestra naturaleza. Pero no puede procrear en lo feo, sino tan sólo en lo bello. La unión de varón y de mujer es procreación y es una cosa divina, pues la preñez y la generación son algo inmortal que hay en el ser viviente, que es mortal. Pero ambos actos es imposible que tengan lugar en lo que no está en armonía con ellos; y lo feo es inadecuado para todo lo divino, y lo bello, en cambio, adecuado. La Belleza es, pues, [la Moira y] la Ilitiyia del nacimiento de los seres. Por este motivo, cuando se acerca a un ser bello lo que está preñado, se sosiega, se derrama de alegrı́a, alumbra y procrea. En cambio, cuando se aproxima a un ser feo, su rostro es ensombrece, se contrae entristecido en sí mis. * Moira es la Suerte (Parca), que con Ilitiyia, la divinidad que protege los partos, asiste al nacimiento de los hombres. El oficio de ambas lo desempeña, según Diotima, Calíone (la Belleza). (N. del T.) " mo, se aparta, se repliega y no procrea, sino que retiene dolorosamente el fruto de su fecundidad. De ahí precisamente que sea grande la pasión por lo bello que se da en el ser que está preñado y aliviado ya por su fruto, porque lo bello libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues no es el amor, Sócrates, como tú crees, amor de la belleza.” Entonces, ¿qué es? “Amor de la generación y del parto en la belleza.” Sea —dije yo. “Así es, en efecto. Mas ¿por qué es de la generación? Porque es la generación algo eterno o inmortal, al menos en la medida que esto puede darse en un mortal. Y es necesario, según lo convenido, que desee a la inmortalidad juntamente con lo bueno, si es que verdaderamente tiene el amor por objeto la posesión perpetua de lo bueno. Necesariamente, pues, según se deduce de este razonamiento, el Amor será también amor de la inmortalidad.” ................................................... “Es en inmortalizar su virtud, según creo, y en conseguir un tal renombre en lo que todos ponen todo su esfuerzo, con tanto mayor ahínco cuanto mejores son, porque lo que aman es lo imperecedero. Así, pues, los que son fecundos según el cuerpo, se dirigen en especial a las mujeres, y ésta es la forma en que se manifiestan sus tendencias amorosas, porque, según creen, se procuran para sí mediante procreación de hijos inmortalidad, memoria de sí mismos y felicidad para todo tiempo futuro. En cambio, los que lo son según el alma, ... pues hay hombres —añadió— que conciben en las almas, más aún que en los cuerpos, aquello que corresponde al alma concebir y dar a luz. Y ¿qué es lo que le corresponde?: la sabiduría moral y las demás virtudes, de las que precisamente son progenitores los poetas todos y cuantos artesanos se dice que son inventores.” ................................................... “Estos son los misterios del amor, Sócrates, en los que incluyo ti pudieras iniciarte. Pero en aquellos que implican una iniciación perfecta, y el grado de la contemplación, a los que éstos están subordinados si se proceden con buen método, en ésos no sé si serías capaz de iniciarte. Te los diré en todo caso y pondré toda mi buena voluntad en el empeño. Intenta seguirme si eres capaz. Es menester —comenzó—, si se quiere por el recto camino hacia esta meta, comenzar desde la juventud a dirigirse hacia los cuerpos bellos, y, si conduce bien el iniciador, enamorarse primero de un solo cuerpo y engendrar en él bellos discursos: comprender luego que la belleza que reside en cualquier cuerpo es hermana de la que reside en el otro y que, si lo que se debe perseguir es la belleza de la forma, es gran insensatez no considerar que es una sola e idéntica cosa la belleza que hay en todos los cuerpos. Adquirido este concepto, es menester hacerse enamorado de todos los cuerpos bellos y sosegar ese vehemente apego a uno solo, despreciándolo y considerándolo de poca monta. Después de esto, tener por más valiosa la belleza de las almas que la de los cuerpos.” ................................................... “En efecto, el que hasta aquí ha sido educado en las cuestiones amorosas y ha contemplado en este orden y en debida forma las cosas bellas. acercándose ya al grado supremo de iniciación en el amor, adquirirá de repente la visión de algo que por naturaleza es admirablemente bello, aquello precisamente, Sócrates, por cuya causa tuvieron lugar todas las fatigas anteriores, que en primer lugar existe siempre, 211 no nace ni muere, no crece ni decrece, que en segundo lugar no es bello mas por un lado y feo por el otro, ni tampoco unas veces bello y otras no, ni bello en un respecto y feo en el otro, ni aquí bello y allí feo, de tal modo que sea para unos bello y para otros feo. Tampoco se mostrará él la belleza, pongo por caso, como un rostro, unas manos, ni ninguna otra cosa de las que participa el cuerpo, ni como un razonamiento, ni como un conocimiento, ni como algo que exista en otro ser, por ejemplo, o un viviente, en la tierra, en el cielo o en otro cualquiera, sino la propia belleza en sí, que siempre es consigo misma específicamente única, en tanto que todas las cosas bellas participan de ella en modo tal, que aunque nazcan y mueran las demás, no aumenta ella en nada ni disminuye, ni padece nada en absoluto. Así, pues, cuando a partir de las realidades visibles se eleva uno a merced del recto amor de los mancebos y comienza a contemplar esa belleza de antes, se está, puede decirse, a punto de alcanzar la meta. He aquí, pues, el recto método de abordar las cuestiones eróticas o de ser conducido por otro: empezar por las cosas bellas de este mundo teniendo como fin esa belleza en cuestión y, valiéndose de ellas como de escalas, ir ascendiendo constantemente, yendo de un solo cuerpo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos, y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a las bellas ciencias, hasta terminar, partiendo de éstas, en esa ciencia de antes, que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer por último lo que es la belleza en sí. Ése es el momento de la vida, ¡oh querido Sócrates! —dijo la extranjera de Mantinea—, en que más que en ningún otro adquiere valor el vivir del hombre: cuando éste contempla la belleza en sí.” ................................................... Estas son, Fedro y demás amigos, las palabras que dijo Diotima; 212 por ellas yo he quedado convencido, y, convencido como estoy, intento b también persuadir a los demás de que, para la adquisición de este bien, difícilmente se puede tomar un colaborador mejor de la naturaleza humana que el Amor. Por eso no sólo sostengo yo que todo hombre debe venerar al Amor, sino que también venero lo que tiene relación con él y lo practico de modo preferente, incito a los demás a hacer lo mismo y siempre hago la alabanza del poder y de la valentía del Amor, en la medida de mi capacidad. » Esta selección está tomada de la traducción hecha por Luis Gil Fernández y publicada en la Biblioteca de Iniciación Filosófica de Aguilar en Buenos Aires.